Palabras de la Ex -Defensora
Lisbeth Quesada
Defensoría de los
Habitantes de la República, Junio de 2008
El objetivo siempre presente, en el accionar de la DHR ha sido el resguardo
de las y los habitantes, el cumplimiento y ejercicio efectivo de sus derechos
fundamentales y su bienestar, dentro de los parámetros de la Justicia, la
legalidad y el Buen Gobierno. Esto último definido por Gerry
Stoker (1998), como la forma de "lograr que las cosas
se hagan, aunque no por el poder del gobierno de emplear la autoridad, sino por
emplear la capacidad de coordinación entre los interesados, la orientación para
conseguir los resultados y la integración y regulación para evitar efectos
secundarios no deseados y alcanzar coordinación efectiva". Así, la idea estructural
sería que propicie el bien común y el fortalecimiento de la calidad de vida de
todas las personas.
Por otro lado, vale decir que para la Comisión de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas, el Buen Gobierno se define como: "Democracia, respeto de los derechos humanos y libertades
fundamentales, incluyendo el derecho al desarrollo, transparencia y rendición
de cuentas en todos los sectores de la sociedad, así como una activa
participación de la sociedad civil, son parte esencial para la realización del
ser humano dentro de un concepto de desarrollo sostenible".
De tal forma, sin ahondar en la abundancia de consideraciones que existen
en torno a la teoría del Buen Gobierno, se evidencia que de un modo
eminentemente pragmático (aunque en principio conceptual), se trata de un
elemento que ha sido incorporado como parte integral de la temática de trabajo
en la Defensoría de los Habitantes, desde sus inicios y a partir de las
competencias que le otorga su ley de creación. De tal forma, que se trata de consolidar
definitivamente la temática del Buen Gobierno en el quehacer institucional
dotándolo de una transversalidad que pueda permear toda nuestra labor en ese
sentido y siempre desde la perspectiva de los derechos humanos.
El deber de la Administración Pública, de lograr que su accionar pase del
cumplimiento efectivo de una legalidad determinada y estrechamente definida, a
una justicia abarcativa del cumplimiento efectivo de
todos los elementos de un Buen Gobierno, se ha constituido en algunos casos en
una aspiración aún difícil de satisfacer. Durante quince años, ha escuchado la
Defensoría la voz de las y los habitantes, quienes denuncian a diario cómo las
instituciones se alejan del fin para el cual fueron creadas, o bien, cómo son
cada vez menos tomadas en cuenta las necesidades efectivas de las personas al
momento de determinar políticas públicas; esas mismas que afectarán de alguna
forma su vida.
Estos requerimientos de mayor participación, transparencia, inclusividad, acceso a los servicios públicos, etc.,
formulados por las y los habitantes, han sido fielmente trasladados a las
instituciones públicas para su atención. En algunos casos, la respuesta
institucional ha logrado satisfacer las necesidades planteadas por las y los
habitantes; otros no han corrido con tan buena suerte y la respuesta ha sido un
largo silencio, o bien, una acción inoportuna que cuando llega no logra ya
atender la problemática inicialmente denunciada.
Para la Defensoría de los Habitantes, la transición hacia una gestión
pública integralmente justa, sea una gestión que respete a cabalidad los
derechos humanos así como todos los principios del Buen Gobierno, requiere el
empuje suficiente y necesario para agilizar su paso. Para ello, conviene plantearse
desde la perspectiva de las y los habitantes, cuáles son las principales
carencias de la institucionalidad costarricense que impiden cumplir a cabalidad
con cada uno de los objetivos por los cuales las instituciones fueron creadas,
sea la protección o promoción de algún derecho.
Es tiempo ya de devolver a las y los habitantes el papel protagónico que
deben tener en el accionar del Estado, de generar los espacios necesarios para
que la voz del habitante sea escuchada, que sus necesidades sean satisfechas y
que las y los funcionarios públicos hagamos honor a lo que estableció la Ley
General de la Administración Pública, ser servidores de las y los
administrados.